Hace un tiempo que pienso mucho en este blog. No sé si en este blog o en escribir, simplemente. También pienso mucho en que parece que he llegado a un bache inabarcable y que nunca sabré qué más escribir aquí, aunque sé que no es cierto. Creo que escribir me llena y me completa y me sana, aunque a veces duela y las hojas en blanco se me hagan cuesta arriba.
Sin embargo, he seguido leyendo y he pensado mucho sobre muchas cosas. ¿Quién soy? ¿Qué quiero hacer con mi vida? ¿Me habré equivocado y me estaré dirigiendo a un futuro que voy a detestar? ¿Es este el mundo en el que quiero vivir? ¿Puedo realmente hacer algo para cambiarlo? En una entrada que comencé a escribir meses atrás, pero que se quedó en el cajón de los borradores, escribía:
Hay días que no sé cómo tomarme la realidad. ¿La acepto así, sin más, y me aguanto? ¿Me dreno de energía mental tratando de cambiarla? Ambas opciones suenan a extremos. Pero entre ambas suelo fluctuar, porque es fácil hablar de una "revolución contra el sistema desde la salud mental propia" [no sé si recuerdo a qué me refería con esto, debe disculparme], pero difícil hacerlo. Siempre que me he involucrado en algo relacionado con el activismo social, he drenado mucho mi energía e, inevitablemente, me he convertido en una pesimista.
Hay momentos en los que una llama de revolución me envuelve y me hace involucrarme hasta agotar mis fuerzas. Y entonces, llegan los momentos en los que no soy nada, pero nada revolucionaria. En los que solo quiero llegar a casa, que me reciba el amor de mi vida con una copa de vino y bailemos un bolero en el salón mientras me río y me abraza. Y nada más... Porque qué más puedo hacer. Todo esto se me metió en la cabeza una vez leyendo Twitter... así que imaginad. Lo volátil que es todo. Lo plástico, flexible y elástico que es lo que me rodea, o lo que siento que me rodea. Hoy siento que debo estar presente en todas partes, que debo ser la voz de quien no puede hablar, que esa es mi responsabilidad. Y mañana... quién sabe. Seguramente sienta que necesito hacerme muy, muy pequeñita, casi desaparecer, para correr de aquí para allá sin ser reconocida, sin ser nadie, sin que nadie sepa quién soy. Y vivir así, y no más. Sobre esto he pensado mucho leyendo ¿Dónde estás, mundo bello? de Sally Rooney; del libro en sí no sé qué pensar. Solo de lo que me hace sentir. Con esta angustia existencial, con esta necesidad de hacerme anónima, escribí esto una noche:
Últimamente siento muy fuerte la necesidad de ser anónima para siempre. De vivir mi vida tranquilamente, vivir bien, dormir bien, comer bien, y todo sin que nadie más que quien me importa se entere, y cuando tenga que enterarse. Me da miedo sentir esto, como si tuviera la necesidad de perderme entre las masas de gente y ser completamente olvidada un segundo después de cruzarme con alguien. No sé si es algo malo o bueno, pero sé que viviría tranquila. No necesito conocer a tanta gente, la gente no necesita conocer tanto de mí. ¿Por qué a veces siento que sí? Creo que por esta sensación odio tanto las redes sociales. De vez en cuando regreso al debate mental sobre alejarme de ellas de una vez o no. Y veo a la gente tan cómoda con ese aparente no-anonimato que me pregunto ¿qué está mal en mí? ¿Sería una persona distinta si no hubiera tenido nunca Instagram? [He aquí la pregunta...] ¿Quién es esa Lucía que se habría construido a ella misma? ¿Solo ella y ninguna persona ajena más? Solo la gente que la rodea, [a quien puedo tocar, quien me puede tocar.] Quién sería... no quién es. Me gusta pensar que algún día dejaré las redes sociales para siempre y seré muy feliz, aunque ese día aún no haya llegado. Creo que, en parte por eso, siento siempre tanta nostalgia de una época que no he llegado a conocer. [...] Quiero ser una anónima que siga con su vida porque estoy cansada de seguir pretendiendo ser alguien que no soy y que todo el mundo lo vea. No tengo más energía para eso ya.
Es irónico, ¿no? Hasta diría que es hipócrita. Hablando de mi necesidad de ser anónima en un lugar perdido de la web, al que puede acceder cualquiera que se esfuerce un poco y ponga algo de interés. Contando a cualquier extraño que se digne a leer lo frustrada que me siento con toda esta interconexión, con que alguien que no me quiera parezca conocerme tan bien. A veces tengo ganas de marcharme lejos, lejos, donde nadie pueda llamarme por mi nombre porque no me ha visto nunca en toda su vida. E intercambiar largos correos con las personas a las que quiero y a las que echaría mucho de menos. Con reflexiones largas y pedantes que no llegan a ninguna parte y, sobre todo, contándonos todo lo nuevo que nos ha pasado, a dónde hemos ido, qué hemos visto, qué hemos sacado en el examen, a quién hemos besado, por qué estamos tristes... Eso es lo que verdaderamente querría escribir. ¿Alguien?
Pero oigan, no quiero yo poner el grito en el cielo, que las redes son muy buenas y tal y cual... Pero no son para mí ni para mi personalidad tan tendente a adiccionarse de ella de él de su perro su vida su casa su todo... Así que decido quejarme por la red, también. Así es. ¿Cómo si no? ¿Cómo, si llevo tanto tiempo pensando en esto y siento que nada cambia, que solo cambio yo? ¿O cambio realmente? ¿No vago perdida sin rumbo sin casa sin un clavo al que agarrarme? Por eso me pregunto sobre la Lucía que habría sido... Porque a veces querría ser ella. Y no a veces. A veces, siempre.
Ya no sé ni lo que digo. A ti, extraño, extraña, que me encuentra entre las redes anónimas, soy Lucía. Soy la Lucía nacida del no-anonimato, de la vida conectada y la angustia creada. Lucía, la que escribe un blog y un cuaderno negro de piel sintética, la que se pone vídeos de ruido ambiente en la biblioteca, chimenea y tormenta, para estudiar o para escribir esto mismamente... Esa Lucía, ¿quién si no? Quién si no, preguntas...
Un placer. Te recomiendo mucho, mucho, el nuevo libro de la ya muy conocida Sally Rooney:
¿Dónde estás, mundo bello?
Creo que lo del costumbrismo lo dejaré para otro día. Y también lo de la curación. Demasiada nostalgia y angustia en una sola entrada de blog. Pero no me siento mal, ¡que conste! Solo pienso en voz alta y comparto a quien me escuche, que creo que no es nadie. Ay, Dios mío, ¿qué quieres de mí?, se pregunta Simon cuando reza. ¿No tendré que empezar a rezar?, me pregunto yo cuando lo leo...